Hilando vidas…y recuerdos.
Han sido dos días de
intenso trabajo en los ranchos Las Luchas y San Bernardo propiedad de mis
cuñados Bado y Manolo, y en mi rancho
Santa Bárbara, situados a unos tres kilómetros del poblado Santa Rosa, en el Municipio de
Playa Vicente, Veracruz.
Corre ya el año de mil
novecientos sesenta y cinco, es Viernes ocho de un frío y húmedo Enero. He cabalgado tres horas desde Playa
Vicente, me acompaña Pascual, hombre de veintidós años, trabajador de mi finca
hace ya un par de años, está cayendo la noche al pasar por Santa Rosa, un
asentamiento de indígenas chinantecos venidos de San Juan Petlapa , pueblo
enclavado en lo alto de la Sierra de Oaxaca, colindante con Veracruz. Vamos por la callecita
principal, saludo a mi gran amigo Don Nacho Hernández, un viejo sesentón que
desde su pequeña tienda me grita:
__ ¡Ingeniero
Barradas!-¿Qué anda haciendo tan tarde por acá y con tanto frío?, Detuve el
paso de mi caballo, me arrebujé con mi manga de hule para cubrirme de la fuerte
llovizna y le dije:
-- Pues por aquí Don
Nacho, vamos a vacunar ganado en mi rancho y en los de mis cuñados,
aprovechando el sábado y domingo.-
--No se vayan
Ingeniero, me dice Don Nacho, pásele con Pascual a tomar un cafecito caliente.
En ese momento por la puerta trasera de la tiendita apareció Doña Carmen Santana, esposa de don Nacho y me dijo.
--Bájese Inge, tengo
comida y café caliente, pasen a cenar, ya saben ustedes ¡Ésta es su casa!—Agradecí
la invitación a ambos, pero, por la
prisa no la acepté en esta ocasión. Nunca olvido que en toda esa boca de la
Sierra, jamás hubo mejores anfitriones que el matrimonio de don Nacho y doña Carmen y toda la familia
Hernández Santana.
Esa noche del viernes dormimos
en San Bernardo, rancho propiedad de mi cuñado Bernardo Benítez Sánchez , colindante
con el poblado, solo un arroyo de por medio .Así que temprano fuimos arreando el ganado al pequeño corral al
pie de la casa , pero suficiente para el manejo de unos cincuenta animales que
íbamos a vacunar , mi compadre Manolo, también mi cuñado, preparaba el material
necesario para la vacunación, el termo con las vacunas, jeringas, alcohol , un
mozo alistaba reatas, amarras para asegurar los animales al bramadero.
Encerrados los animales,
de inmediato mis vaqueros venidos del Santa Bárbara, comenzaron a lazar y arrimar los animales a la horqueta del
bramadero, todo a cabeza de silla pues no había callejón para el manejo del
ganado. Mi compadre Manolo llenaba jeringas, Bado inyectaba a vacas bravas,
otras mansas, pero todo rápido, él era muy hábil para esos menesteres.
Terminando esta primera
tarea pasamos a desayunar un rico almuerzo preparado por Lucha Pérez, esposa de
Bernardo mi cuñado, a quienes todos llamábamos Bado, un apocope familiar de su
nombre y, bueno , lo cierto es que nadie podía resistirse a comer las delicias
que cocinaba Lucha, desde el café, los huevos con longaniza, un armadillo
enchipotlado y a las brasas ,frijoles refritos, totopos y una salsa de chilpayas picosas que nomás de
acordarme se me hace agua la boca, sin faltar desde luego el queso fresco hecho
en casa y unas tortillas calientitas torteadas a mano, que recién salidas del comal,
las estábamos esperando , de hecho casi
se las arrebatamos a Lupita, la muchacha
chinanteca que las hacía ,cuando las traía del fogón a la mesa volaban en un
abrir y cerrar de ojos.
Y así, entre bromas,
risas, buen comer y mejor agradecer a la señora de la casa sus atenciones nos
levantamos de la mesa y nos dirigimos a
montar nuevamente no sin antes despedirnos de la chiquillada hijo e hijas de Bado y Lucha; Bernardo, Luchita,
Amalia, Patricia y Lety. Bien se daba
uno cuenta que por aquellos ranchos en esa época no había televisión.
--Oye Barradas – me
dice Bado ya montado en una potranca retinta : ¿Cómo ves si nos vamos directo a
Las Luchas que está más lejos a vacunar hoy mismo y ya mañana domingo
terminamos en Santa Bárbara?
- No hay problema, le contesté.
Me gusta la idea, terminamos lo de ustedes, regresamos a dormir a mi rancho y
le pegamos temprano con mi ganado—
Ya todos dispuestos,
salimos rumbo a los potreros más alejados, pasamos cerca de mis terrenos y le
grité a Pascual, mi hombre de confianza, que tenía por costumbre caminar
siempre a la zaga, según para cuidarme las espaldas.
--¡Pascualito, vete al
rancho y con Marcelo el mayoral y revisen que todo esté listo para vacunar
mañana. Acá voy a dormir. En la tarde echen los perros allá por los montes de
los manantiales y sí hay suerte, a lo mejor cenamos venado, dije a todos
riéndome de buena gana.
—Sí, sí señor, me voy por acá arriba, por el camino de la ceiba.
Hasta luego muchachos, hasta luego patrón. Arrendó su caballo a la derecha y
tomó camino al rancho.
Al entrar a los
potreros de Las Luchas, Bado y yo nos adelantamos hacia los corrales, mi
compadre Manolo montando un alazán tostado,
buen caballo para el arreo de ganado se fue a la izquierda tierra arriba
con dos vaqueros para ir sacando los animales de las matillas y encaminarlos al
corral. La demás gente se fue
distribuyendo por los potreros de abajo para ir llevando el ganado. Eran como las doce
del día, lloviznaba y un airecillo frío favorecía para, que tanto el ganado
como la gente se desempeñaran bien por lo inusual de la hora para este trabajo.
Durante el resto de la
tarde lidiamos y vacunamos unas ciento cincuenta cabezas de ganado sin contratiempos de consideración. Como se
acostumbra en estas tareas campiranas hay buen humor, chascarrillos y por qué no,
tampoco faltan unos buenos tragos de tequila, mezcal y desde luego unos buenos
y reanimantes ¨toritos¨ de limón o de naranja. El torito es una popular
bebida en los ranchos y pueblos veracruzanos. Se prepara con jugo de limón,
en su caso, se le disuelve bastante azúcar y se le pone una buena dosis de
alcohol de 96°, esta infusión con limón
es la más conocida, pero hay una extensa variedad de frutas con las que se
preparan los toritos.
Seis de la mañana,
Rancho Santa Bárbara .Fría y lluviosa mañana del domingo 10 de enero, no muy propicia para el
manejo de ganado, pero es importante vacunar pues de otra manera se va
degradando la efectividad de los medicamentos en el termo. Doy orden de arrear
e ir metiendo ganado a corrales, despacio y sin apresurar mucho a los animales
pues es novillada de engorda.
Mientras tanto nos preparan un adobo de carne
de venado, tortillas y bebidas calientes
para almorzar, vamos pasando de a dos o tres a comer, otros ensillan, llegan
mis cuñados con su gente y en fin se arma el ajetreo propio de un rancho,
chillidos de cerdos, cacarear de gallinas, ladran los perros, braman becerros,
mugen vacas, los chamacos de los
trabajadores lloran a gritos, tienen hambre, sus madres les dan de comer y los
calman. En fin, en medio de esta baraúnda fenomenal vamos saliendo a los
potreros y al corral para hacer nuestro trabajo.
Son las cinco de la
tarde, le pido a Marcelo el mayoral que me ensille otro caballo para regresar
al pueblo distante cuatro horas.
--Ensilla el caballo rucio,
ordeno a Marcelo; es más ligero, camina muy bien de noche y ya sabes que la
buena vista no es lo mío.
--No hay cuidado
patrón, contesta Marcelo, mientras alista al rucio. El caballo es brioso, de
buen paso, no tenga pendiente por el camino pedregoso, está bien
herrado—Terminó diciendo el mayoral.
Me despedí de mis
trabajadores, di las gracias a esposas de ellos y de inmediato agarré camino
rumbo a Santa Rosa en compañía de mis cuñados, dos de sus vaqueros y Pascual,
mi vaquero, como de costumbre atrás de todos. Las seis de la tarde vi de reojo
en mi reloj, cuando nos paramos en la
entrada del rancho San Bernardo, para
despedirme de mis cuñados los Benítez.
--Quédate a dormir aquí
compadre, me dijo mi cuñado Manolo, Y agregó: Está fea la noche, muy fría y la
lluvia arrecia, ¿Qué chingaos vas a hacer a Playa a estas horas?
--No puedo quedarme
compadre, temprano me voy a Veracruz, tengo un asunto de trabajo allá, así que
gracias a todos y ahí nos vemos- ¡Vámonos Pascual ¡ Le grité a mi ayudante ,
apreté las piernas al rucio y salimos a trote largo.
Cerrando noche cruzamos
de prisa por el poblado, saludé de pasada a don Nacho en la tienda, a Miguel
Martínez otro amigo, una casa más adelante saludé a Arnulfo, hombre muy cazador y que en broma
me dijo:
_¡Veo que ahí lleva mi
carabina Inge! Cuídese y que le vaya
bien.
_¡Gracias, gracias
Arnulfo, aquí va tu 30-30! Le contesté riéndome_¡Ya sabes que esta carabina no
la suelto ni para dormir. El arma en
cuestión en un apuro económico, el mismo me la vendió, a mí me gustaba por ligera y la traía siempre
bajo el arción de la silla de montar.
Saliendo de Santa Rosa
se cruza un pequeño arroyo y del otro
lado el camino real se bifurca, a la izquierda es más amplio pero más largo, hay
que pasar por otro poblado llamado Zanja de Caña y se hace una media hora más
para llegar a Playa Vicente. El camino a la derecha es muy cerrado, cerrado y
pedregoso en tramos; pasa por cuatro poblados:
La Nueva Era, Arroyo Zacate, Zapotal y Chilapa, sin pensarlo siquiera tomé el
camino de la derecha y solo le pregunté
a Pascual: _ ¿Todo bien Pascualito? A lo que él contestó: Todo bien patrón,
dejando de tararear por un instante una popular cancioncilla.
Era noche de luna llena
pero no se veía por la niebla baja y la llovizna que a veces amainaba un poco,
la claridad lunar dejaba entrever las ramas de los arbustos que casi nos daban
en la cara. El camino bordeado por altos
acahuales y grandes árboles de mulatos,
robles, encinos, jonote, capulines y el bejuquero que entretejía por arriba a
toda esta vegetación formaba una madeja tan cerrada que a ratos oscurecía
totalmente el camino. En un momento de esos dije en broma a Pascual:
_Con esta cerrazón del
monte y oscuridad cualquier cabrón que lo quiera chingar a uno, te mata hasta con un palo con punta. Mientras
hablaba, me quitaba de encima la manga de hule, pues era tanta el agua que me chorreaba, que ya estaba empapado
por completo. La manga me la eché enfrente por la cabeza de la silla. Me ajusté
el cinturón con la pistola 380 y los dos cargadores ya sin preocuparme de que
se mojaran.
_Pos si está muy
cabrona la noche patrón, me contestó Pascual y siguió diciendo: pero pasando el
arroyo grande de ahí pá delante es puro potrero y camino ancho.
Sonaba fuerte el herraje de los caballos, cuando entramos
al tramo pedregoso, unos quince metros
adelante hay un peñascal de cuatro o cinco metros de altura, cubierto de ramas
y bejucos que semejan como una pared al borde del camino, estamos yendo a buen
paso no había ruidos extraños, solo el resoplar y el chasqueo de los cascos de
los caballos entre las piedras y lodo,
Pascual cantaba en voz baja el Corrido de Simón Blanco, aquella parte que dice:
--Su madre se lo decía
Simón no vayas al baile
Y Simón le contestaba
Mama no soy un cobarde
Lo que ha de ser no
será tarde
En ese instante, casi
frente a las piedras más altas mi caballo se estremece, levanta las orejas,
oigo detrás las cadenas del freno del caballo de Pascual que me grita:
_¿De qué se espanta el caballo! _Sin tiempo de contestar aprieto
piernas, me echo de bruces sobre el pescuezo del rucio que da un salto descomunal
que casi me saca de la silla, veo un fogonazo por la derecha arriba entre bejucos
y piedras, estallidos, silbar de balas a mi espalda, más estallidos de otra
escopeta y el silbar de balas a mi espalda y sobre la cabeza, el penetrante
olor a pólvora, suenan más disparos al parecer de otra arma automática por la
rapidez de los disparos, mi caballo huye despavorido por el pedregoso camino y
yo abrazado a su pescuezo y la rienda suelta, en esos interminables segundos
recuerdo que unos pocos metros más
adelante a la izquierda hay otro
alto pedregal donde podía haber más gente escondida, me aferro fuerte a mi
bestia rogando por que no se vaya a
tropezar y me mate entre las rocas calizas, paso el peñascal, entro a un
cafetal ya sin piedras, a escasos doscientos metros llego al arroyo, lo cruzo a
galope, subo un empinado camino hasta llegar a las primeras casas de Arroyo
Zacate. Corriendo llego hasta la casa y tienda de Genaro, que es el Agente Municipal,
le golpeo la puerta, le grito por su nombre y sale a abrir al reconocer mi voz con
escopeta y lámpara en mano . Me pregunta atropelladamente: _ ¡Qué pasó Inge,
está herido, trae su gente o viene solo? Oímos muchos balazos del otro lado del
arroyo y por miedo cerramos.
_¡No, no estoy herido! Le respondo de inmediato, pero venía Pascual
detrás de mí y creo que le dieron, no llega.
_Su caballo sangra del
anca, me dice Genaro, lo alumbra y veo que le chorrea sangre desde el anca por
toda la pierna. Lo desensillo rápido, un muchacho que llega corriendo en ese
momento lo mete a un cobertizo y ahí se echa sobre un poco de zacate.
Llegan otras personas, todos
armados para ver qué pasaba, don Tacho,
viejo amigo ordena tocar la campana de la iglesia como señal de alarma, muy
pronto se juntan unos treinta o cuarenta hombres armados, nos organizamos para
regresar al peñascal donde nos dispararon a unos mil doscientos metros atrás,
con hachones encendidos y lámparas de mano nos fuimos caminando, algunos de los
acompañantes hacían de vez en cuando
disparos al aire, así llegamos hasta el lugar de la emboscada,
encontramos muerto a Pascual con cuatro certeras descargas de escopeta y un
corte en el cuello con su propio machete de silla, se llevaron su arma y la
cartuchera, su caballo muerto también de
tres escopetazos tirado a un lado del camino. Hablamos poco, a la luz de
lámparas de mano y antorchas observamos en silencio la sangrienta escena, mientras
algunos hombres cortaban madera para hacer una camilla, otros quitaron la silla
al caballo para arrastrarlo hacia el monte. Lista la camilla pusimos a Pascual
en las andas y emprendimos el camino de
regreso al poblado de Arroyo Zacate aquella espantosa noche del diez de Enero
de mil novecientos sesenta y cinco, eran casi las ocho de la noche, seguía
lloviendo y la lluvia calaba hasta los huesos, yo temblaba no sé si de nervios,
de coraje, de frío o de miedo, a lo mejor de todo; pero esos hombres duros,
campesinos todos, se iban turnando para cargar al muerto, otros se turnaban
para darme palmadas en la espalda, palabras de ánimo ya en español, ya en su
idioma zapoteco, pero igual se siente el apoyo o la compasión y calor humanos en
estas circunstancias sin importar el idioma, un apretón de manos es un lenguaje
universal. Otros más que nos fueron a encontrar me ofrecían su botella de
mezcal para echar unos tragos, tragos que
esa aterradora noche paliaron mis miedos.
Epílogo.
Han pasado cincuenta años
de esta terrible experiencia que por primera vez escribo con toda la veracidad
de que soy capaz para hablar de un asunto estrictamente personal y lo hago como
una manera de agradecerle a la vida el seguir aquí, agradecerle a ustedes que
son mis amigos de toda la vida, a los que me conocen de unas cuatro décadas
hacia acá y no saben de esta parte de mi accidentada existencia e igual a todos
con quienes tengo comunicación y amistad por medios cibernéticos.. Agradecerles digo, su benevolencia al
aceptarme y que, si bien en otras épocas tuve la etiqueta de hombre duro en la
actualidad los golpes de los años me han
ablandado y me han hecho entender que cada ser humano puede ser entrañable como
persona, como amigo siempre y cuando uno
se proponga iniciar el cambio
desde dentro de sí mismo. Yo prometo cambiar y ustedes todos seguramente me van
a ayudar. De verdad, se los voy a agradecer.
Donaciano
Barradas Ortega.
San Juan Evangelista, Ver. México. A 10
de Enero de 2015.