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martes, 4 de abril de 2017






Hilando vidas…y  recuerdos.

Han sido dos días de intenso trabajo en los ranchos Las Luchas y San Bernardo propiedad de mis cuñados Bado y Manolo, y en mi rancho  Santa Bárbara, situados a unos tres kilómetros  del poblado Santa Rosa, en el Municipio de Playa Vicente, Veracruz.
Corre ya el año de mil novecientos sesenta y cinco, es Viernes ocho de un frío y húmedo  Enero. He cabalgado tres horas desde Playa Vicente, me acompaña Pascual, hombre de veintidós años, trabajador de mi finca hace ya un par de años, está cayendo la noche al pasar por Santa Rosa, un asentamiento de indígenas chinantecos venidos de San Juan Petlapa , pueblo enclavado en lo alto de la Sierra de Oaxaca, colindante  con Veracruz. Vamos por la callecita principal, saludo a mi gran amigo Don Nacho Hernández, un viejo sesentón que desde su pequeña tienda me grita:
__ ¡Ingeniero Barradas!-¿Qué anda haciendo tan tarde por acá y con tanto frío?, Detuve el paso de mi caballo, me arrebujé con mi manga de hule para cubrirme de la fuerte llovizna y le dije:
-- Pues por aquí Don Nacho, vamos a vacunar ganado en mi rancho y en los de mis cuñados, aprovechando el sábado y domingo.-
--No se vayan Ingeniero, me dice Don Nacho, pásele con Pascual a tomar un cafecito caliente. En ese momento por la puerta trasera de la tiendita  apareció Doña Carmen Santana, esposa de  don Nacho y me dijo.
--Bájese Inge, tengo comida y café caliente, pasen a cenar, ya saben ustedes ¡Ésta es su casa!—Agradecí la invitación  a ambos, pero, por la prisa no la acepté en esta ocasión. Nunca olvido que en toda esa boca de la Sierra, jamás hubo mejores anfitriones que el matrimonio de  don Nacho y doña Carmen y toda la familia Hernández Santana.  

Esa noche del viernes dormimos en San Bernardo, rancho propiedad de mi cuñado Bernardo Benítez Sánchez , colindante con el poblado, solo un arroyo de por medio .Así que temprano  fuimos arreando el ganado al pequeño corral al pie de la casa , pero suficiente para el manejo de unos cincuenta animales que íbamos a vacunar , mi compadre Manolo, también mi cuñado, preparaba el material necesario para la vacunación, el termo con las vacunas, jeringas, alcohol , un mozo alistaba  reatas, amarras  para asegurar los animales al bramadero.
Encerrados los animales, de inmediato mis vaqueros venidos del Santa Bárbara, comenzaron a lazar  y arrimar los animales a la horqueta del bramadero, todo a cabeza de silla pues no había callejón para el manejo del ganado. Mi compadre Manolo llenaba jeringas, Bado inyectaba a vacas bravas, otras mansas, pero todo rápido, él era muy hábil para esos menesteres.

Terminando esta primera tarea pasamos a desayunar un rico almuerzo preparado por Lucha Pérez, esposa de Bernardo mi cuñado, a quienes todos llamábamos Bado, un apocope familiar de su nombre y, bueno , lo cierto es que nadie podía resistirse a comer las delicias que cocinaba Lucha, desde el café, los huevos con longaniza, un armadillo enchipotlado y a las brasas ,frijoles refritos, totopos  y una salsa de chilpayas picosas que nomás de acordarme se me hace agua la boca, sin faltar desde luego el queso fresco hecho en casa y unas tortillas calientitas  torteadas a mano, que recién salidas del comal, las estábamos  esperando , de hecho casi se las arrebatamos a  Lupita, la muchacha chinanteca que las hacía ,cuando las traía del fogón a la mesa volaban en un abrir y cerrar de ojos.

Y así, entre bromas, risas, buen comer y mejor agradecer a la señora de la casa sus atenciones nos levantamos de la mesa y nos  dirigimos a montar nuevamente no sin antes despedirnos de la chiquillada hijo  e hijas de Bado y Lucha; Bernardo, Luchita, Amalia, Patricia y Lety. Bien  se daba uno cuenta que por aquellos ranchos en esa época no había televisión.
--Oye Barradas – me dice Bado ya montado en una potranca retinta : ¿Cómo ves si nos vamos directo a Las Luchas que está más lejos a vacunar hoy mismo y ya mañana domingo terminamos en Santa Bárbara?
- No hay problema, le contesté. Me gusta la idea, terminamos lo de ustedes, regresamos a dormir a mi rancho y le pegamos temprano con mi ganado—

Ya todos dispuestos, salimos rumbo a los potreros más alejados, pasamos cerca de mis terrenos y le grité a Pascual, mi hombre de confianza, que tenía por costumbre caminar siempre a la zaga, según para cuidarme las espaldas.
--¡Pascualito, vete al rancho y con Marcelo el mayoral y revisen que todo esté listo para vacunar mañana. Acá voy a dormir. En la tarde echen los perros allá por los montes de los manantiales y sí hay suerte, a lo mejor cenamos venado, dije a todos riéndome de buena gana.
—Sí, sí señor,  me voy por acá arriba, por el camino de la ceiba. Hasta luego muchachos, hasta luego patrón. Arrendó su caballo a la derecha y tomó camino al rancho.

Al entrar a los potreros de Las Luchas, Bado y yo nos adelantamos hacia los corrales, mi compadre Manolo montando un alazán tostado,  buen caballo para el arreo de ganado se fue a la izquierda tierra arriba con dos vaqueros para ir sacando los animales de las matillas y encaminarlos al corral. La  demás gente se fue distribuyendo por los potreros de abajo  para ir llevando el ganado. Eran como las doce del día, lloviznaba y un airecillo frío favorecía para, que tanto el ganado como la gente se desempeñaran bien por lo inusual de la hora para este trabajo.
Durante el resto de la tarde lidiamos y vacunamos unas ciento cincuenta cabezas de ganado  sin contratiempos de consideración. Como se acostumbra en estas tareas campiranas hay buen humor, chascarrillos y por qué no, tampoco faltan unos buenos tragos de tequila, mezcal y desde luego unos buenos y reanimantes ¨toritos¨ de limón o de naranja. El torito es una popular bebida en los ranchos y pueblos veracruzanos. Se prepara con jugo de limón, en su caso, se le disuelve bastante azúcar y se le pone una buena dosis de alcohol  de 96°, esta infusión con limón es la más conocida, pero hay una extensa variedad de frutas con las que se preparan los toritos.    

Seis de la mañana, Rancho Santa Bárbara .Fría y lluviosa mañana del  domingo 10 de enero, no muy propicia para el manejo de ganado, pero es importante vacunar pues de otra manera se va degradando la efectividad de los medicamentos en el termo. Doy orden de arrear e ir metiendo ganado a corrales, despacio y sin apresurar mucho a los animales pues es novillada de engorda.
 Mientras tanto nos preparan un adobo de carne de venado, tortillas  y bebidas calientes para almorzar, vamos pasando de a dos o tres a comer, otros ensillan, llegan mis cuñados con su gente y en fin se arma el ajetreo propio de un rancho, chillidos de cerdos, cacarear de gallinas, ladran los perros, braman becerros, mugen  vacas, los chamacos de los trabajadores lloran a gritos, tienen hambre, sus madres les dan de comer y los calman. En fin, en medio de esta baraúnda fenomenal vamos saliendo a los potreros y al corral para hacer nuestro trabajo.

Son las cinco de la tarde, le pido a Marcelo el mayoral que me ensille otro caballo para regresar al pueblo distante cuatro horas.
--Ensilla el caballo rucio, ordeno a Marcelo; es más ligero, camina muy bien de noche y ya sabes que la buena vista no es lo mío.
--No hay cuidado patrón, contesta Marcelo, mientras alista al rucio. El caballo es brioso, de buen paso, no tenga pendiente por el camino pedregoso, está bien herrado—Terminó diciendo el mayoral.
Me despedí de mis trabajadores, di las gracias a esposas de ellos y de inmediato agarré camino rumbo a Santa Rosa en compañía de mis cuñados, dos de sus vaqueros y Pascual, mi vaquero, como de costumbre atrás de todos. Las seis de la tarde vi de reojo en mi reloj, cuando nos paramos  en la entrada del rancho San Bernardo, para  despedirme de mis cuñados los Benítez.
--Quédate a dormir aquí compadre, me dijo mi cuñado Manolo, Y agregó: Está fea la noche, muy fría y la lluvia arrecia, ¿Qué chingaos vas a hacer a Playa a estas horas?
--No puedo quedarme compadre, temprano me voy a Veracruz, tengo un asunto de trabajo allá, así que gracias a todos y ahí nos vemos- ¡Vámonos Pascual ¡ Le grité a mi ayudante , apreté las piernas al rucio y salimos a trote largo.

Cerrando noche cruzamos de prisa por el poblado, saludé de pasada a don Nacho en la tienda, a Miguel Martínez otro amigo, una casa más adelante saludé  a Arnulfo, hombre muy cazador y que en broma me dijo:
_¡Veo que ahí lleva mi carabina Inge!  Cuídese y que le vaya bien.
_¡Gracias, gracias Arnulfo, aquí va tu 30-30! Le contesté riéndome_¡Ya sabes que esta carabina no la suelto ni para dormir.  El arma en cuestión en un apuro económico, el mismo me la vendió,  a mí me gustaba por ligera y la traía siempre bajo el arción de la silla de montar.

Saliendo de Santa Rosa se cruza un  pequeño arroyo y del otro lado el camino real se bifurca, a la izquierda es más amplio pero más largo, hay que pasar por otro poblado llamado Zanja de Caña y se hace una media hora más para llegar a Playa Vicente. El camino a la derecha es muy cerrado, cerrado y pedregoso en  tramos; pasa por cuatro poblados: La Nueva Era, Arroyo Zacate, Zapotal y Chilapa, sin pensarlo siquiera tomé el camino de la derecha  y solo le pregunté a Pascual: _ ¿Todo bien Pascualito? A lo que él contestó: Todo bien patrón, dejando de tararear por un instante una popular cancioncilla.
Era noche de luna llena pero no se veía por la niebla baja y la llovizna que a veces amainaba un poco, la claridad lunar dejaba entrever las ramas de los arbustos que casi nos daban en la cara. El camino  bordeado por altos  acahuales y grandes árboles de mulatos, robles, encinos, jonote, capulines y el bejuquero que entretejía por arriba a toda esta vegetación formaba una madeja tan cerrada que a ratos oscurecía totalmente el camino. En un momento de esos dije en broma a Pascual:
_Con esta cerrazón del monte y oscuridad cualquier cabrón que lo quiera chingar  a uno, te mata hasta con un palo con punta. Mientras hablaba, me quitaba de encima la manga de hule, pues era tanta el  agua que me chorreaba, que ya estaba empapado por completo. La manga me la eché enfrente por la cabeza de la silla. Me ajusté el cinturón con la pistola 380 y los dos cargadores ya sin preocuparme de que se mojaran.
_Pos si está muy cabrona la noche patrón, me contestó Pascual y siguió diciendo: pero  pasando el  arroyo grande de ahí pá delante es puro potrero y camino ancho.
Sonaba  fuerte el herraje de los caballos, cuando entramos al tramo pedregoso, unos quince  metros adelante hay un peñascal de cuatro o cinco metros de altura, cubierto de ramas y bejucos que semejan como una pared al borde del camino, estamos yendo a buen paso no había ruidos extraños, solo el resoplar y el chasqueo de los cascos de los caballos  entre las piedras y lodo, Pascual cantaba en voz baja el Corrido de Simón Blanco, aquella parte que dice:
--Su madre se lo decía
Simón no vayas al baile
Y Simón le contestaba
Mama no soy un cobarde
Lo que ha de ser no será tarde
En ese instante, casi frente a las piedras más altas mi caballo se estremece, levanta las orejas, oigo detrás las cadenas del freno del caballo de Pascual que me grita:
_¿De qué se  espanta el caballo! _Sin tiempo de contestar aprieto piernas, me echo de bruces sobre el pescuezo del rucio que da un salto descomunal que casi me saca de la silla, veo un fogonazo por la derecha arriba entre bejucos y piedras, estallidos, silbar de balas a mi espalda, más estallidos de otra escopeta y el silbar de balas a mi espalda y sobre la cabeza, el penetrante olor a pólvora, suenan más disparos al parecer de otra arma automática por la rapidez de los disparos, mi caballo huye despavorido por el pedregoso camino y yo abrazado a su pescuezo y la rienda suelta, en esos interminables segundos recuerdo que unos pocos metros más  adelante  a la izquierda hay otro alto pedregal donde podía haber más gente escondida, me aferro fuerte a mi bestia rogando por que no  se vaya a tropezar y me mate entre las rocas calizas, paso el peñascal, entro a un cafetal ya sin piedras, a escasos doscientos metros llego al arroyo, lo cruzo a galope, subo un empinado camino hasta llegar a las primeras casas de Arroyo Zacate. Corriendo llego hasta la casa y tienda de Genaro, que es el Agente Municipal, le golpeo la puerta, le grito por su nombre y sale a abrir al reconocer mi voz con escopeta y lámpara en mano . Me pregunta atropelladamente: _ ¡Qué pasó Inge, está herido, trae su gente o viene solo? Oímos muchos balazos del otro lado del arroyo y por miedo cerramos.
_¡No, no estoy herido!  Le respondo de inmediato, pero venía Pascual detrás de mí y creo que le dieron, no llega.
_Su caballo sangra del anca, me dice Genaro, lo alumbra y veo que le chorrea sangre desde el anca por toda la pierna. Lo desensillo rápido, un muchacho que llega corriendo en ese momento lo mete a un cobertizo y ahí se echa sobre un poco de zacate.
Llegan otras personas, todos armados para ver qué pasaba,  don Tacho, viejo amigo ordena tocar la campana de la iglesia como señal de alarma, muy pronto se juntan unos treinta o cuarenta hombres armados, nos organizamos para regresar al peñascal donde nos dispararon a unos mil doscientos metros atrás, con hachones encendidos y lámparas de mano nos fuimos caminando, algunos de los acompañantes hacían de vez en cuando  disparos al aire, así llegamos hasta el lugar de la emboscada, encontramos muerto a Pascual con cuatro certeras descargas de escopeta y un corte en el cuello con su propio machete de silla, se llevaron su arma y la cartuchera,  su caballo muerto también de tres escopetazos tirado a un lado del camino. Hablamos poco, a la luz de lámparas de mano y antorchas observamos en silencio la sangrienta escena, mientras algunos hombres cortaban madera para hacer una camilla, otros quitaron la silla al caballo para arrastrarlo hacia el monte. Lista la camilla pusimos a Pascual en las andas y emprendimos  el camino de regreso al poblado de Arroyo Zacate aquella espantosa noche del diez de Enero de mil novecientos sesenta y cinco, eran casi las ocho de la noche, seguía lloviendo y la lluvia calaba hasta los huesos, yo temblaba no sé si de nervios, de coraje, de frío o de miedo, a lo mejor de todo; pero esos hombres duros, campesinos todos, se iban turnando para cargar al muerto, otros se turnaban para darme palmadas en la espalda, palabras de ánimo ya en español, ya en su idioma zapoteco, pero igual se siente el apoyo o la compasión y calor humanos en estas circunstancias sin importar el idioma, un apretón de manos es un lenguaje universal. Otros más que nos fueron a encontrar me ofrecían su botella de mezcal para echar unos  tragos, tragos que esa aterradora noche paliaron mis miedos.
                                                              Epílogo.
Han pasado cincuenta años de esta terrible experiencia que por primera vez escribo con toda la veracidad de que soy capaz para hablar de un asunto estrictamente personal y lo hago como una manera de agradecerle a la vida el seguir aquí, agradecerle a ustedes que son mis amigos de toda la vida, a los que me conocen de unas cuatro décadas hacia acá y no saben de esta parte de mi accidentada existencia e igual a todos con quienes tengo comunicación y amistad por medios cibernéticos..  Agradecerles digo, su benevolencia al aceptarme y que, si bien en otras épocas tuve la etiqueta de hombre duro en la actualidad los golpes de  los años me han ablandado y me han hecho entender que cada ser humano puede ser entrañable como persona, como amigo siempre y cuando uno  se proponga  iniciar el cambio desde dentro de sí mismo. Yo prometo cambiar y ustedes todos seguramente me van a ayudar. De verdad, se los voy a agradecer.
Donaciano Barradas Ortega.

San Juan Evangelista, Ver. México. A 10 de Enero de 2015.

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