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sábado, 4 de octubre de 2014

El señor obispo.





El señor obispo.
Son las diez de la noche, Benito el sacristán de la parroquia revisa que puertas y ventanas  de la iglesia estén bien cerradas, hay barruntos de tempestad, relámpagos por todas partes, los truenos se escuchan frecuentes y cercanos, el viento sopla del Norte con rachas fuertes y olor a tierra mojada, lo que hace presumir que está lloviendo cerca de Chilapa del Carmen.
Por su parte el padre Felipe, párroco de la iglesia,  recorre a toda prisa la casona del curato, pasa por la capilla anexa para asegurarse que todo esté cerrado .Apresura  al sacristán diciéndole: -A tu casa Benito, corre muchacho o te encierra aquí la tormenta . El  joven no solo corre, casi vuela por los pasillos con la ligereza y brío de sus veinticuatro años, llega  a la puerta de la calle con unas cuantas zancadas y grita ¡Hasta mañana padre, hasta mañana doña Rosaura! y se va corriendo por media calle.
Rosaura, guapa y refinada señora de cuarenta y dos años, según el  número que adornaba su pastel de cumpleaños festejado apenas un par de semanas antes en el patio trasero de la iglesia es compañera del padre Felipe, una especie de ama de llaves que llegó con él a la parroquia hace poco más de un año. Se encarga de que el templo y la casa luzcan impecables en todos sus aspectos, administra  con rigor los dineros que se recaudan ya por limosnas, ya por dádivas de personajes de la comunidad o por servicios religiosos especiales.
Se dice que Rosaura es parienta del sacerdote y nadie por respeto se atreve a preguntar  sobre la consanguinidad de ambos. El padre Felipe de la Cruz es un  hombre bien parecido, como se dice por estos rumbos, alto, fornido, ojos verdes, tez blanca, dijo tener treinta y ocho años en una plática con  las Damas de la Caridad, grupo de señoras que le auxilian a organizar los festejos  a la Virgen del Carmen, patrona de la parroquia.
Por cierto, entre ellas comentaron al salir de la reunión con el sacerdote:
--Pues mira Pastorcita. Dice doña Eduviges a su vieja amiga y confidente, que Dios me perdone, pero este curita está chulo y con esa vocesota que tiene una no le puede decir que no a nada de lo que nos pide para hacer la fiesta.
--Tienes razón Eduviges, dice Pastora; y bueno, hay que cooperar con los gastos, conseguir lo necesario para que la celebración de este año sea la mejor de todas. Y acá entre nos Edu -¿Cómo ves a la tal Rosaura, dizque parienta del cura? Tiene un cuerpazo la mujer, pero por más que le busco el parecido con el padre, no se lo hallo.
--Yo le he preguntado a mi ahijado Benito el sacristán, dice Eduviges,  y me  platicó que ha escuchado que la Rosaura es de San Pablo Coapa, ahí empezó a trabajar con el cura en aquella parroquia hace cuatro años. La mujercita desde entonces lo ayuda en todo, ahí en San Pablo estuvo el padre Felipe como párroco  cuando regresó de Roma, allá lo mandó a estudiar tres años el arzobispado para  prepararlo como obispo. Siguió diciendo Eduviges: ¡Imagínate Pastorcita! A lo mejor estamos tratando con  nuestro futuro obispo.

Tres semanas después, el padre Felipe y su sacristán viajan por un camino de terracería rumbo al pueblo de San Baltazar, enclavado en las faldas de una serranía poco accesible para cumplir con un servicio religioso. Son las ocho de la mañana cuando llegan hasta el poblado donde termina la rodada, zarandeando un poco al joven el sacerdote lo despierta diciéndole:
--Ya estamos en Arroyo Candelaria, hasta aquí en la camioneta Benito, la dejamos frente a la tienda de don Genaro, ahí quedará segura, dice el  padre. El sacristán  despierta amodorrado, mira en derredor y, pregunta asustado: ¿Por qué aquí en esta ranchería los chamacos tan grandes andan por la calle encuerados?
--Son usos y costumbres de estos lugares de Campeche hijo, contesta el cura, ellos no tienen malicia, para todos es natural verse así .Cuando van a la escuela, salen a los pueblos o hace frío  se visten con los  trapos que tienen, que no han de ser muchos supongo.
Saludan al dueño de la tienda quien llama a su familia, piden la bendición al sacerdote, se hincan para recibirla. El mozo encargado de llevarlos a San Baltazar saluda al cura , arrima las bestias, montan los tres  y emprenden la marcha rumbo al arroyo, chasquean las bestias con sus patas el lodazal, el aroma de la vegetación todavía mojada por la lluvia del amanecer invade los pulmones de hombres y animales. Pasan bajo un gigantesco nacaxtle cuyas raíces brotan evitando que resbalen  los jamelgos y  bajan al agua mansa del riachuelo, donde en ese momento una veintena de jóvenes, señoras, niñas o varones juegan en el agua, se bañan o lavan ropa, desnudos sus cuerpos de vestiduras y sus mentes de prejuicios, solo  disfrutan de la naturaleza sin inmutarse por el paso  de los viajeros.
Doña Lencha vecina de Arroyo Candelaria reconoce al cura, jala un trapo, se lo echa encima y llama a gritos a sus hijas corren  a saludarlo y pedir su bendición, el sacerdote bendice por igual a los demás bañistas quienes reciben encueros la bendición a mitad del arroyuelo.
--Perdone padre por encontrarme en estas fachas, pero esta es mi hija Jovita, tiene catorce años y como necesito que trabaje, que mejor que los ayude a usted y a doña Rosaura aunque sea  haciendo la limpieza del curato, así como me dijo la señora el otro día allá en el pueblo. Ya hablé con Pancho mi marido y dice que si es con ustedes no hay problema de que se vaya la chamaca.
--Bueno, bueno Lencha, dijo el padre, no es el mejor lugar para esta plática, pero si ya lo decidieron tú y Pancho, alista a Jovita y cuando regrese de San Baltazar platico con tu marido, si no hay inconveniente hoy mismo se va con nosotros la jovencita. Ahora, te pregunto a ti hijita: ¿Quieres irte al pueblo para ayudarnos en la iglesia?
--Pues yo si quiero ir padre, contestó Jovita, que parada en mitad del arroyo, con  el agua arriba de las rodillas mueve las bien torneadas piernas evitando que los pececillos la mordisqueen, medianamente se cubre los senos con su larga cabellera, dejando  descubierta sin morbo su escasa vellosidad púbica, mirando directo a los ojos al cura y sin rubores le sigue diciendo, mi papá ya me dio permiso, lo espero al regreso para irme con usted padre. Yo nunca me he subido a una camioneta, dice la chiquilla  riendo nerviosamente.
Cruzó Felipe el arroyo, mientras sus acompañantes lo esperaban del otro lado  bajo la sombra de un samán, atravesaron un cafetal y se internaron por un camino de brecha que los llevaría a su destino en medio de un alto y soporífero acahual que los hacía sudar a chorros y así por dos horas más hasta llegar a San Baltazar  donde los recibieron con banderitas de papel de china, serpentinas, música y cohetería que atronaba el espacio.

--Ya tienes un mes con nosotros Jovita, dijo Rosaura a la jovencita, vamos al mercado para que aprendas donde comprar, para que te conozcan los puesteros y sepan que son para el señor cura las cosas que vas a traer. Ven, te arreglo el  cabello para que te veas más linda., le indicó cariñosamente a la chiquilla.
Fueron canasta en mano haciendo compras, Rosaura siempre amable, sin proponérselo es el centro de las miradas lascivas de hombres y mujeres que envidian su garboso caminar  que provoca que sus prominentes caderas se muevan con tal sensualidad que los caballeros que la miran la adivinan  desnuda y nadie logra entender como una mujer tan voluptuosa pueda pasar desapercibida ante los ojos del cura en la intimidad de un curato, por más votos de abstinencia sexual que haya ofrecido al ordenarse sacerdote. Saluda  a la gente, hace  saber a los vendedores que Jovita irá algunas veces al mandado. Pero a ningún tendero les importa lo que les diga, su vista está fija en las redondeces de sus senos y de los pezones que parecen estallar bajo la fina  blusa que con esfuerzo los contiene .En esto andaban cuando se encontraron a Pastora y Eduviges, quienes la saludaron con más curiosidad que afecto y de inmediato Pastora preguntó con cierto tonillo de sarcasmo:
--¿Quién es esta hermosa muchachita que la acompaña señora? ¿También es de la familia? Mientras para sus adentros rumiaba, “sabrá Dios de que cerro bajaron a esta chamaca, pero no está fea”.
--Nos ayudará en la iglesia, contestó Rosaura, el padre Felipe la trajo, es hija de unos amigos suyos muy queridos.
--¡Qué gusto señora Rosaura, comentó Eduviges , ya no estará tan sola usted en ese caserón de la iglesia. Hasta luego, adiós hermosa, dijo mirando a la chica de arriba abajo. Luego se alejaron, se acercó al oído de Pastora y con voz baja le dijo: ninguna de las dos trae sostén, ¿Te fijaste amiga? ya mí ahijado Benito me dijo que la tal Rosaura nunca usa, como ella es de tierra fría aquí siente mucho calor. ¡Vieja cochina!
Nueve y media de la mañana ,es domingo, acaloradas vuelven del mercado Rosaura y Jovita, de pasada vieron que el padre Felipe está reunido en la capilla con un grupo de personas, entre ellas el presidente municipal, seguramente afinando detalles para las fiestas patronales que serán el  dieciseis de Julio y solo falta un mes.
Rosaura y Jovita dejan sobre la mesa de la cocina las compras y las dos van de prisa a bañarse para estar listas a la misa de once. Benito pasa frente a ellas con objetos propios de la celebración para llevarlos al altar, da los buenos días; de reojo les observa la ropa untada al cuerpo por la sudoración, se hace el desentendido y a grandes pasos sigue su camino. Jovita sin más trámites jala una toalla de su minúsculo dormitorio, y se mete al baño ubicado entre la cocina  y los lavaderos y desde allá, divertida grita:
--Ya le gané el baño Rosaura y sin más tira la poca ropa que  trae puesta hacia el pasillo para meterse de inmediato bajo la ducha sin cerrar siquiera la puerta.
Rosaura por su parte entra a su recámara y sale enfundada en una bata casi transparente que no deja mucho a la imaginación, ella comparte con el padre un amplio baño ubicado entre las dos recámaras que ocupan separadamente. Abre la puerta del cuarto de la  regadera y por la ventana que da al patio se cuela un torrente de luz que deja  translucir  una silueta sensual, casi impúdica de Rosaura, quien coquetamente antes de cerrar la puerta, hace un guiño a Benito que pasa  en ese momento por el pasillo rumbo a los lavaderos en busca de utensilios de limpieza, excitado en su mente y en su virilidad  por la lujuriosa estampa de la señora mira hacia todos lados para cerciorarse de que nadie lo ha visto ,cuando de pronto se abre de golpe la puerta del cuartito donde recién se duchó Jovita ,chocan ambos jóvenes, ruedan por el piso, la una desnuda , el otro a punto de estallar sus genitales. Jovita riendo a carcajadas se levanta de un salto, toma su toalla y se va corriendo a su cuarto.
--¡Benito, Benito, por favor tráeme agua! Llama en voz alta Rosaura al sacristán, y le dice entreabriendo la puerta: se acabó el agua de la regadera, estoy enjabonada hijo, por favor trae agua en un cubo.
--Ahí se la llevo señora, contesta el muchacho con un palpitar en las sienes a punto de estallarle. Va nuevamente a los lavaderos, regresa hasta el cuarto donde se baña Rosaura, ésta le abre la puerta y le dice – Pasa rápido Benito. Y lo jala tras de sí. La luminosidad del sol a través de los cristales de la ventana forma iridiscencias en la fragante  jabonadura que se desprenden en cientos de pequeñas burbujas del voluptuoso cuerpo de Rosaura.


--Pues bien señores, distinguidas damas y autoridades municipales, expresa el padre Felipe a los asistentes  a la capilla: hemos llegado al final de esta reunión con los acuerdos para celebrar dignamente a nuestra patrona la Virgen del Carmen, los invito ahora a que pasemos a la iglesia para  escuchar misa, en cinco minutos serán las once de la mañana,  Benito dará el último repique e iniciaremos la celebración.

Han transcurrido siete años y Chilapa del Carmen, Campeche está de fiesta, hoy dieciséis de Julio llega el nuevo obispo, habrá confirmaciones. De los pueblos y rancherías  circunvecinos van llegando gente y peregrinos vestidos de fiesta, familias enteras con hijos para bautizar o confirmar en su culto religioso. Hay música, cánticos, algarabía por todas partes. Los fieles apretujados dentro de la iglesia forman una valla central por donde viene Felipe de la Cruz, antiguo párroco de esta iglesia y ahora obispo, viene sonriente e impartiendo bendiciones a toda la congregación. Muchos fieles por él conocidos lo saludan afables, otras personas con caras contritas entre ellas Eduviges, Pastora y algunas más esquivan la directa mirada del obispo Felipe.   Enseguida empieza a confirmar a niños y niñas hijitos de matrimonios casi todos conocidos por él. En esa valla reconoce a Jovita quien tiene frente a sí a un sonriente niño de unos seis años de edad, de tez blanca, cabello castaño y ojos verdes a quien el prelado  se acerca a darle la confirmación y pregunta a la joven señora -¿Es tú hijito? y ella contesta en voz baja esbozando una sonrisa ¡Y suyo también padre! ; Un  tanto turbado vuelve a preguntar -¿Cómo se llama este jovencito?, se llama Felipe señor obispo responde  la chica .Se inclina el sacerdote,  acaricia la cabeza del niño y le da un beso en la frente, da su bendición a Jovita y continúa con el ritual, asistido muy de cerca por la hermana Rosaura de la Consolación, una monja de la orden de las  Carmelitas Descalzas, quien con mucha ternura sonríe a Jovita y a Felipito al pasar frente a ellos.

F I N.
Donaciano Barradas Ortega.

San Juan Evangelista, Ver. México. A 13 de Agosto de 2014.

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