El
señor obispo.
Son las diez de la noche,
Benito el sacristán de la parroquia revisa que puertas y ventanas de la iglesia estén bien cerradas, hay
barruntos de tempestad, relámpagos por todas partes, los truenos se escuchan frecuentes
y cercanos, el viento sopla del Norte con rachas fuertes y olor a tierra
mojada, lo que hace presumir que está lloviendo cerca de Chilapa del Carmen.
Por su parte el padre Felipe,
párroco de la iglesia, recorre a toda
prisa la casona del curato, pasa por la capilla anexa para asegurarse que todo
esté cerrado .Apresura al sacristán
diciéndole: -A tu casa Benito, corre muchacho o te encierra aquí la tormenta .
El joven no solo corre, casi vuela por
los pasillos con la ligereza y brío de sus veinticuatro años, llega a la puerta de la calle con unas cuantas
zancadas y grita ¡Hasta mañana padre, hasta mañana doña Rosaura! y se va
corriendo por media calle.
Rosaura, guapa y
refinada señora de cuarenta y dos años, según el número que adornaba su pastel de cumpleaños
festejado apenas un par de semanas antes en el patio trasero de la iglesia es
compañera del padre Felipe, una especie de ama de llaves que llegó con él a la parroquia
hace poco más de un año. Se encarga de que el templo y la casa luzcan
impecables en todos sus aspectos, administra con rigor los dineros que se recaudan ya por
limosnas, ya por dádivas de personajes de la comunidad o por servicios
religiosos especiales.
Se dice que Rosaura es
parienta del sacerdote y nadie por respeto se atreve a preguntar sobre la consanguinidad de ambos. El padre
Felipe de la Cruz es un hombre bien
parecido, como se dice por estos rumbos, alto, fornido, ojos verdes, tez
blanca, dijo tener treinta y ocho años en una plática con las Damas de la Caridad, grupo de señoras que
le auxilian a organizar los festejos a
la Virgen del Carmen, patrona de la parroquia.
Por cierto, entre ellas
comentaron al salir de la reunión con el sacerdote:
--Pues mira Pastorcita.
Dice doña Eduviges a su vieja amiga y confidente, que Dios me perdone, pero
este curita está chulo y con esa vocesota que tiene una no le puede decir que
no a nada de lo que nos pide para hacer la fiesta.
--Tienes razón Eduviges,
dice Pastora; y bueno, hay que cooperar con los gastos, conseguir lo necesario
para que la celebración de este año sea la mejor de todas. Y acá entre nos Edu -¿Cómo
ves a la tal Rosaura, dizque parienta del cura? Tiene un cuerpazo la mujer,
pero por más que le busco el parecido con el padre, no se lo hallo.
--Yo le he preguntado a
mi ahijado Benito el sacristán, dice Eduviges,
y me platicó que ha escuchado que
la Rosaura es de San Pablo Coapa, ahí empezó a trabajar con el cura en aquella
parroquia hace cuatro años. La mujercita desde entonces lo ayuda en todo, ahí
en San Pablo estuvo el padre Felipe como párroco cuando regresó de Roma, allá lo mandó a
estudiar tres años el arzobispado para
prepararlo como obispo. Siguió diciendo Eduviges: ¡Imagínate Pastorcita!
A lo mejor estamos tratando con nuestro
futuro obispo.
Tres semanas después,
el padre Felipe y su sacristán viajan por un camino de terracería rumbo al
pueblo de San Baltazar, enclavado en las faldas de una serranía poco accesible
para cumplir con un servicio religioso. Son las ocho de la mañana cuando llegan
hasta el poblado donde termina la rodada, zarandeando un poco al joven el
sacerdote lo despierta diciéndole:
--Ya estamos en Arroyo
Candelaria, hasta aquí en la camioneta Benito, la dejamos frente a la tienda de
don Genaro, ahí quedará segura, dice el padre. El sacristán despierta amodorrado, mira en derredor y,
pregunta asustado: ¿Por qué aquí en esta ranchería los chamacos tan grandes
andan por la calle encuerados?
--Son usos y costumbres
de estos lugares de Campeche hijo, contesta el cura, ellos no tienen malicia,
para todos es natural verse así .Cuando van a la escuela, salen a los pueblos o
hace frío se visten con los trapos que tienen, que no han de ser muchos
supongo.
Saludan al dueño de la
tienda quien llama a su familia, piden la bendición al sacerdote, se hincan
para recibirla. El mozo encargado de llevarlos a San Baltazar saluda al cura ,
arrima las bestias, montan los tres y
emprenden la marcha rumbo al arroyo, chasquean las bestias con sus patas el lodazal,
el aroma de la vegetación todavía mojada por la lluvia del amanecer invade los
pulmones de hombres y animales. Pasan bajo un gigantesco nacaxtle cuyas raíces brotan
evitando que resbalen los jamelgos y bajan al agua mansa del riachuelo, donde en
ese momento una veintena de jóvenes, señoras, niñas o varones juegan en el
agua, se bañan o lavan ropa, desnudos sus cuerpos de vestiduras y sus mentes de
prejuicios, solo disfrutan de la
naturaleza sin inmutarse por el paso de
los viajeros.
Doña Lencha vecina de
Arroyo Candelaria reconoce al cura, jala un trapo, se lo echa encima y llama a
gritos a sus hijas corren a saludarlo y
pedir su bendición, el sacerdote bendice por igual a los demás bañistas quienes
reciben encueros la bendición a mitad del arroyuelo.
--Perdone padre por encontrarme
en estas fachas, pero esta es mi hija Jovita, tiene catorce años y como
necesito que trabaje, que mejor que los ayude a usted y a doña Rosaura aunque
sea haciendo la limpieza del curato, así
como me dijo la señora el otro día allá en el pueblo. Ya hablé con Pancho mi
marido y dice que si es con ustedes no hay problema de que se vaya la chamaca.
--Bueno, bueno Lencha,
dijo el padre, no es el mejor lugar para esta plática, pero si ya lo decidieron
tú y Pancho, alista a Jovita y cuando regrese de San Baltazar platico con tu
marido, si no hay inconveniente hoy mismo se va con nosotros la jovencita. Ahora,
te pregunto a ti hijita: ¿Quieres irte al pueblo para ayudarnos en la iglesia?
--Pues yo si quiero ir
padre, contestó Jovita, que parada en mitad del arroyo, con el agua arriba de las rodillas mueve las bien
torneadas piernas evitando que los pececillos la mordisqueen, medianamente se cubre
los senos con su larga cabellera, dejando
descubierta sin morbo su escasa vellosidad púbica, mirando directo a los
ojos al cura y sin rubores le sigue diciendo, mi papá ya me dio permiso, lo
espero al regreso para irme con usted padre. Yo nunca me he subido a una camioneta,
dice la chiquilla riendo nerviosamente.
Cruzó Felipe el arroyo,
mientras sus acompañantes lo esperaban del otro lado bajo la sombra de un samán, atravesaron un
cafetal y se internaron por un camino de brecha que los llevaría a su destino
en medio de un alto y soporífero acahual que los hacía sudar a chorros y así
por dos horas más hasta llegar a San Baltazar donde los recibieron con banderitas de papel
de china, serpentinas, música y cohetería que atronaba el espacio.
--Ya tienes un mes con
nosotros Jovita, dijo Rosaura a la jovencita, vamos al mercado para que
aprendas donde comprar, para que te conozcan los puesteros y sepan que son para
el señor cura las cosas que vas a traer. Ven, te arreglo el cabello para que te veas más linda., le
indicó cariñosamente a la chiquilla.
Fueron canasta en mano
haciendo compras, Rosaura siempre amable, sin proponérselo es el centro de las
miradas lascivas de hombres y mujeres que envidian su garboso caminar que provoca que sus prominentes caderas se
muevan con tal sensualidad que los caballeros que la miran la adivinan desnuda y nadie logra entender como una mujer
tan voluptuosa pueda pasar desapercibida ante los ojos del cura en la intimidad
de un curato, por más votos de abstinencia sexual que haya ofrecido al
ordenarse sacerdote. Saluda a la gente,
hace saber a los vendedores que Jovita
irá algunas veces al mandado. Pero a ningún tendero les importa lo que les diga,
su vista está fija en las redondeces de sus senos y de los pezones que parecen estallar
bajo la fina blusa que con esfuerzo los
contiene .En esto andaban cuando se encontraron a Pastora y Eduviges, quienes
la saludaron con más curiosidad que afecto y de inmediato Pastora preguntó con
cierto tonillo de sarcasmo:
--¿Quién es esta
hermosa muchachita que la acompaña señora? ¿También es de la familia? Mientras
para sus adentros rumiaba, “sabrá Dios de que cerro bajaron a esta chamaca,
pero no está fea”.
--Nos ayudará en la
iglesia, contestó Rosaura, el padre Felipe la trajo, es hija de unos amigos
suyos muy queridos.
--¡Qué gusto señora
Rosaura, comentó Eduviges , ya no estará tan sola usted en ese caserón de la
iglesia. Hasta luego, adiós hermosa, dijo mirando a la chica de arriba abajo.
Luego se alejaron, se acercó al oído de Pastora y con voz baja le dijo: ninguna
de las dos trae sostén, ¿Te fijaste amiga? ya mí ahijado Benito me dijo que la tal
Rosaura nunca usa, como ella es de tierra fría aquí siente mucho calor. ¡Vieja
cochina!
Nueve y media de la
mañana ,es domingo, acaloradas vuelven del mercado Rosaura y Jovita, de pasada
vieron que el padre Felipe está reunido en la capilla con un grupo de personas,
entre ellas el presidente municipal, seguramente afinando detalles para las
fiestas patronales que serán el dieciseis de Julio y solo falta un mes.
Rosaura y Jovita dejan
sobre la mesa de la cocina las compras y las dos van de prisa a bañarse para
estar listas a la misa de once. Benito pasa frente a ellas con objetos propios
de la celebración para llevarlos al altar, da los buenos días; de reojo les observa
la ropa untada al cuerpo por la sudoración, se hace el desentendido y a grandes
pasos sigue su camino. Jovita sin más trámites jala una toalla de su minúsculo
dormitorio, y se mete al baño ubicado entre la cocina y los lavaderos y desde allá, divertida
grita:
--Ya le gané el baño
Rosaura y sin más tira la poca ropa que trae puesta hacia el pasillo para meterse de
inmediato bajo la ducha sin cerrar siquiera la puerta.
Rosaura por su parte entra
a su recámara y sale enfundada en una bata casi transparente que no deja mucho
a la imaginación, ella comparte con el padre un amplio baño ubicado entre las
dos recámaras que ocupan separadamente. Abre la puerta del cuarto de la regadera y por la ventana que da al patio se
cuela un torrente de luz que deja translucir una silueta sensual, casi impúdica de Rosaura,
quien coquetamente antes de cerrar la puerta, hace un guiño a Benito que
pasa en ese momento por el pasillo rumbo
a los lavaderos en busca de utensilios de limpieza, excitado en su mente y en
su virilidad por la lujuriosa estampa de
la señora mira hacia todos lados para cerciorarse de que nadie lo ha visto
,cuando de pronto se abre de golpe la puerta del cuartito donde recién se duchó
Jovita ,chocan ambos jóvenes, ruedan por el piso, la una desnuda , el otro a
punto de estallar sus genitales. Jovita riendo a carcajadas se levanta de un
salto, toma su toalla y se va corriendo a su cuarto.
--¡Benito, Benito, por
favor tráeme agua! Llama en voz alta Rosaura al sacristán, y le dice
entreabriendo la puerta: se acabó el agua de la regadera, estoy enjabonada
hijo, por favor trae agua en un cubo.
--Ahí se la llevo
señora, contesta el muchacho con un palpitar en las sienes a punto de
estallarle. Va nuevamente a los lavaderos, regresa hasta el cuarto donde se
baña Rosaura, ésta le abre la puerta y le dice – Pasa rápido Benito. Y lo jala tras
de sí. La luminosidad del sol a través de los cristales de la ventana forma
iridiscencias en la fragante jabonadura que
se desprenden en cientos de pequeñas burbujas del voluptuoso cuerpo de Rosaura.
--Pues bien señores,
distinguidas damas y autoridades municipales, expresa el padre Felipe a los
asistentes a la capilla: hemos llegado
al final de esta reunión con los acuerdos para celebrar dignamente a nuestra
patrona la Virgen del Carmen, los invito ahora a que pasemos a la iglesia
para escuchar misa, en cinco minutos
serán las once de la mañana, Benito dará
el último repique e iniciaremos la celebración.
Han transcurrido siete años
y Chilapa del Carmen, Campeche está de fiesta, hoy dieciséis de Julio llega el
nuevo obispo, habrá confirmaciones. De los pueblos y rancherías circunvecinos van llegando gente y peregrinos
vestidos de fiesta, familias enteras con hijos para bautizar o confirmar en su
culto religioso. Hay música, cánticos, algarabía por todas partes. Los fieles
apretujados dentro de la iglesia forman una valla central por donde viene
Felipe de la Cruz, antiguo párroco de esta iglesia y ahora obispo, viene
sonriente e impartiendo bendiciones a toda la congregación. Muchos fieles por
él conocidos lo saludan afables, otras personas con caras contritas entre ellas
Eduviges, Pastora y algunas más esquivan la directa mirada del obispo Felipe. Enseguida empieza a confirmar a niños y niñas
hijitos de matrimonios casi todos conocidos por él. En esa valla reconoce a
Jovita quien tiene frente a sí a un sonriente niño de unos seis años de edad,
de tez blanca, cabello castaño y ojos verdes a quien el prelado se acerca a darle la confirmación y pregunta a
la joven señora -¿Es tú hijito? y ella contesta en voz baja esbozando una
sonrisa ¡Y suyo también padre! ; Un
tanto turbado vuelve a preguntar -¿Cómo se llama este jovencito?, se
llama Felipe señor obispo responde la
chica .Se inclina el sacerdote, acaricia
la cabeza del niño y le da un beso en la frente, da su bendición a Jovita y
continúa con el ritual, asistido muy de cerca por la hermana Rosaura de la Consolación,
una monja de la orden de las Carmelitas
Descalzas, quien con mucha ternura sonríe a Jovita y a Felipito al pasar frente
a ellos.
F
I N.
Donaciano
Barradas Ortega.
San
Juan Evangelista, Ver. México. A 13 de Agosto de 2014.